A veces el tratamiento mediático de la alteridad femenina nos sorprende gratamente, lo cual tiene más merito si se edita en un gran diario de referencia y difusión. Felicidades a la redactora Lola Huete, le ofrecemos esta humilde tribuna, eso si con un público selecto y con formación feminista, que nada tiene que envidiar al País en criterios de publicación. Y si no juzguen...
Foto de Alfredo Cáliz (El País)
Texto de Lola Huete Machado/ El País (15/02/2009)
Awa, Ekra, Rachel, Jackie, Catherine... son mujeres, inmigrantes y negras. Triple discriminación. Miles de subsaharianas recorren durante años el camino hacia Europa, huyendo de la pobreza o la guerra. 'El País Semanal' sigue sus historias.
Hay personas sabias que en pocas palabras son capaces de definir el mundo. Una de ellas es Ekra A. K., de 30 años, de Costa de Marfil. "¿Qué haces para poder vivir?", le preguntamos en los seis metros cuadrados en los que habita en Rabat (Marruecos). Ella mira un segundo alrededor: a las paredes, donde cuelgan pósteres de sus ídolos, las hiperblancas Shakira y Avril Lavigne; a la bombilla lánguida y el ventanuco atrancado en lo alto; al colchón oculto con telas y los vestidos que penden del techo; a la tele y las cazuelas con verdura cocinada sobre la alfombra... Es todo. No cabe más en este espacio por el que paga 70 euros al mes. Ni una gota de aire. "Prostituirme", afirma.
"Dos euros por hombre una vez; 20, la noche", dice esta mujer redondita y agridulce cuyo camino (tal como ellos llaman al viaje) hacia Europa se inició el día en que toda su familia fue asesinada en una emboscada. "Aquí viven otros tres africanos, refugiados de Congo", indica Ekra, que no tiene papeles, ni asistencia, ni posibilidad de movimiento. Aquí es un pasillo y dos cuchitriles más, donde un hombretón te agarra del brazo en cuanto apareces. "Ven, ven que te voy a enseñar", le dice a la periodista arrastrándola al interior. Toda mujer sirve en este contexto sólo para una cosa. Pero la visitante es morena, y sin embargo, blanca. La cosa cambia. Y el hombre desiste. Volvemos con Ekra. ¿Se dedican muchas conocidas a lo mismo que tú? "No sé la vida de otras. Cada una hace lo que puede para sobrevivir, para avanzar y llegar a su destino".
En ese destino (España) con el que sueña Ekra hay personas de naturaleza prodigiosa. Una de ellas es Happiness, veinteañera larga, nigeriana enérgica y dura, ágil de verbo, bromista, que ha dejado atrás familia e hijo, un país complicado y denso, y ha conseguido atravesar el Estrecho para llegar hasta Roquetas de Mar (Almería), allí donde el mar es anécdota, y el invernadero, rey. Trabaja y habita Happiness en uno de esos cortijos, antaño de labranza y retiro y hoy abandonados en los descampados o encajados entre los plásticos o los bloques de pisos del boom inmobiliario último ya desinflado. Edificaciones en ruinas, ocupadas por inmigrantes sin techo y ya casi siervos gracias a la crisis económica (lo indica la asociación hispanoafricana Acciones Comunitarias Almerienses, ACA); casas de una planta, con patio interior y cuartos varios con múltiples camas para poder simultanear el trabajo sexual. Allí conviven las chicas a las órdenes de la madame, a la que suelen pagar semanalmente 50 euros. Lo cuenta luego Evelyn A., de Nigeria, que lo sabe bien porque estuvo en ello y ahora, ya fuera y regularizada, afirma: "Nunca más podría, la sensación de suciedad de ti misma es tremenda".
En el salón hay siempre una tele encendida y sillas en círculo para los que allí se reúnen, subsaharianos -se estiman 25.000 en el gueto de los sin papeles en la zona- sin otras relaciones sociales posibles, que van a ver la telenovela nigeriana vía parabólica, a beber barato, a bailar su música y a por sexo: 10 euros el polvo, 40 la noche entera. Ahora mismo varias mujeres permanecen sentadas a la espera, balanceándose embobadas ante la pantalla y apretando contra sus cuerpos envases de plástico de esos en que se comercializa lavavajillas. ¿Por qué os colocáis las botellas sobre la barriga? He ahí pregunta sin intención. "Tienen agua caliente. Para el frío. ¿Quieres?", nos ofrecen una. La respuesta de Happiness es otra: "Para relajarte los espasmos después de mucho follar, ¿comprendes?".
Dice un miembro de una ONG de la localidad de El Ejido, aquí pegado, que hay días con colas de clientes en las puertas de los cortijos, y que no, que no son sólo africanos, que hay mucho español (y sí, los veremos llegar luego en sus coches), mayor y no tanto. Y salvo alguna formación y asistencia médica garantizada (de lo que se ocupan, entre otros, Médicos del Mundo en la zona, con programas para personas en situación de prostitución; sólo eso sería ya un sueño para Ekra), no hay fórmula mágica efectiva "para sacarlas de ahí", dicen en ACA. "Tienen presiones, deben mandar dinero a sus familias o pagar las deudas inmensas que han contraído en el camino". La religiosas Oblatas de Almería, con cuatro siglos de experiencia en la materia (ellas, como las Adoratrices, saben de qué hablan), ofrecen pisos de acogida a algunas y les ayudan a romper el círculo.
Ekra y Happiness son dos ejemplos de una situación común poco conocida. A saber, violación sistemática de derechos humanos sólo por ser mujer. A uno y otro lado de la frontera. Explotación, trata, prostitución. En todo el camino. De ello habla un informe que se presentará en Madrid estos días, realizado entre 2005 y 2007, por un grupo de juristas, la organización Women's Link Worldwide, formada por mujeres empeñadas en la lucha contra la discriminación por cuestión de género y en su defensa. "Tenemos información frecuente de las llegadas de subsaharianos en pateras a las costas españolas, de la forma en que saltan la valla de Ceuta y Melilla o de la respuesta de las autoridades y la población civil... Pero existe un gran vacío en las implicaciones que supone para una persona iniciar el proceso migratorio, especialmente para una mujer", cuenta Viviana Waisman, la directora.
La idea nació cuando documentaban en 2005 en la frontera de Ceuta situaciones de violencia: "Nos llamó la atención que se hablara siempre de hombres. ¿Y dónde están ellas?, nos preguntamos. Y ellas estaban ahí mismo, en los bosques, ocultas. Incluso para hablarles había que pedirles la palabra a ellos. Al final pudimos acercarnos, comunicarnos; más con las francófonas que con las anglófonas; las nigerianas son complicadas, muy vulnerables...". Visibilizar lo invisible fue el objetivo. Allí había embarazadas, heridas, explotadas, devastadas (ver www.womenslinkworldwide.org). Mucho que contar. Muchas historias. Todas grandes.
Las de las refugiadas, por ejemplo. Victorine, Marie, Catherine, Rachel..., cuyo viaje se terminó en Rabat. Esta última, de Costa de Marfil, 1970, salió en 2002 de su país, donde era asistente veterinaria, dejando desaparecidos a cuatro de los seis hijos que ha parido y de los que no tiene noticia: "Con la guerra se desintegraron poblaciones enteras". Los pequeños Jonathan y David revolotean ahora en su casa actual, marroquí, de las de patio fresco y azulejos hermosos. Los dueños viven arriba; los inmigrantes (nueve en total, la mayoría de Congo), hacinados abajo. Muestra Rachel su carné de refugiada expedido por ACNUR y nos deja fotografiarlo. "Antes nos daban 74 euros para vivienda; ahora se ha terminado. No quieren reinstalarnos, no dan más tarjetas". Rachel espera y se gana la vida vendiendo en la calle con los dos niños a la espalda. También Catherine D. (Costa de Marfil, 1963) es refugiada. Vive en Casablanca, en el barrio de El Oulfa, con nueve compatriotas (tres con estatuto; el resto, solicitantes de asilo), en una habitación por la que pagan 160 euros y han podido alquilar con una carta de residencia de otro que les costó la fortuna de 300. Catherine salió de su país en 2002 y aquí está, esperando: un trabajo, que alguien haga algo, que la trasladen a otro lugar con futuro.
En diciembre de 2008 había en Marruecos casi 800 refugiados y 346 solicitantes de asilo. Y ACNUR tiene acuerdo de sede en este país sólo desde 2007. "El reasentamiento lo hacemos a pequeña escala, para evitar el efecto llamada y porque deseamos que Marruecos asuma poco a poco su responsabilidad en materia de asilo y refugio", dicen. Aseguran que hay avances: "Desde hace un par de años han bajado las expulsiones". La falta de reconocimiento oficial del estatuto impide, sin embargo, que los refugiados tengan acceso al mercado laboral, a la asistencia médica y educativa. ACNUR, que no da abasto, gestiona caso a caso a través de organizaciones marroquíes como la Fundación Oriente-Occidente (FOO) y la Organización Panafricana de Lucha contra el Sida (OPAL).
"¿Regresar a mi país? Es imposible, soy del centro, zona rebelde. ¿Adónde iría? ¿Y cómo? Estamos perdidos en tierra de nadie", sigue Catherine. A su lado aparece Kouassi E. A., recién llegada, abatida. A formular la pregunta habitual de a qué se dedica, llora. "Sólo hago que darle vueltas a la cabeza". Tres de las mujeres hicieron el camino juntas. "Pagas 450 euros por el paquete completo y cruzas a Marruecos con los comerciantes del Sur. ¿Que cómo es la vida en Senegal, por ejemplo? "Algo mejor, sin trabajo, pero con dignidad; allí eres persona; aquí no; aquí sufrimos agresiones en la calle, y si vas a un hospital no te tocan, te hacen enseguida el test del sida, para ellos nuestra piel está contaminada".
"Horror sobre el horror", dirá luego Javier de Lucas, presidente de la Comisión Española de Ayuda al refugiado (CEAR), al referirse a la situación de las miles de subsaharianas atrapadas en Marruecos o en Libia, convertidos ambos países ya en frontera de control de la UE (externalización, lo llaman unos; cancerberos, otros). Explican en CEAR el contexto migratorio general: "Desde un punto de vista político, las fronteras europeas se están trasladando hacia el Sur (norte de África) y el Este (Ucrania, Moldavia...). Esto se está haciendo de forma sutil, a través de acuerdos de cooperación; los Gobiernos occidentales ofrecen grandes cantidades de dinero de la cooperación para que los fronterizos gestionen los flujos migratorios. El problema es que éstos no saben gestionarlos, los policías no tienen formación (expulsan sistemáticamente hacia Argelia y sin examinar a personas susceptibles de asilo) y cometen graves abusos de derechos humanos".
Opina De Lucas que, además, nuestras propias reformas de la ley de extranjería y refugio no permiten ser optimista: "El Gobierno español no está a la altura en inmigración, y el asilo se va a homogeneizar a la baja con la UE; la nueva ley es un paso atrás, aunque tenga aspectos positivos como la cuota de reasentamiento; además, la crisis económica servirá de coartada para los recortes con vistas a la opinión publica", sigue De Lucas. Y da un dato ilustrativo: España ha concedido asilo a ¡151 personas! en 2008. "Increíble, con la que está cayendo por el mundo". En la ONG Caminando Fronteras (CF), en Tánger, matizan: "La paradoja es que la externalización controla con métodos expeditivos la migración de los más pobres, pero a la vez produce un efecto de reforzamiento de las redes de trata con fines de explotación. Y ésta afecta sobre todo a mujeres y niños...".
Ekra es capaz de verbalizar su situación. Happiness, de ironizar sobre ella. Rachel o Catherine, de denunciarla. Otras subsaharianas callan. Porque no sabrían por dónde empezar; porque no quieren ser vistas siempre como víctimas ("Lo odian, de hecho; hacen siempre todo lo posible por mantenerse enteras, vivir lo que les toca con dignidad", dicen en CF) o porque prefieren dejar que sobreentiendas. Ekra, por ejemplo, es coqueta, uñas pintadas, corte de cabello hipermoderno: "Es una peluca". Y se la quita sin más para mostrar su pelo real, corto, a lo chico. Un estilo que le ayudó a pasar inadvertida cuando fue necesario. En el camino, dice, ser menos mujer es más seguro.
Jackie S., cristiana, de Bundulu, RDC, estaría de acuerdo. Tiene 18 años, dos niñas, Tracy y Kelsey, un rostro bellísimo y triste, y su vida habría sido más fácil de haber nacido varón. "Me obligaron a casarme con un hombre mayor cuando mi padre murió". Su marido la maltrató hasta la saciedad (enseña las marcas por el rostro, el pecho...). "No podía dormir con él, no podía... Quería un hijo cada año, uno tras otro". Y así. Huyó cuando su pequeña tenía dos semanas. Ella cruzó Centroáfrica, Chad, Argelia, Malí... Un amigo comerciante la acompañó. Y desapareció luego. "Les sucede a todas, los maridos del camino se sirven de ellas, y cuando quedan detenidas en un punto, ellos se marchan a intentar cruzar; es mejor intentarlo solos".
Abandonadas a su suerte y con hijos, las africanas, dice Jorge Martín, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Marruecos, son doblemente vulnerables: "Nosotros hemos atendido casos de víctimas de agresiones por parte de fuerzas de seguridad, de otros inmigrantes o de delincuentes comunes... los abusos sexuales son constantes".
A Women's Link Worldwide le interesaba saber eso, los detalles de una travesía extrema, entre 2.000 y 6.000 kilómetros de distancia y dos años de tiempo medio. Por qué las subsaharianas deciden abandonar sus países, con quién viajan, cómo recorren durante años tales distancias, se relacionan con los hombres y las redes de trata o se ganan la vida; cómo gestionan lo de su condición femenina (sexo, preservativos, regla, embarazos, hijos, sida, enfermedades...); qué soñaban antes y sueñan ahora; cómo se sienten las que no lo han logrado y consiguen mantenerse cuerdas.
En 130 entrevistas realizadas in situ en Marruecos y España (para ver diferencias) les preguntaron desde los datos básicos (edad, origen, etnia, religión) hasta los motivos para realizar el viaje. "Pobreza, matrimonios tempranos, guerra, violencia", fue la respuesta. Tiempo de duración: dos, tres años de media, a pie o en camión. Guerras vividas: frecuentes. Familiares inmigrantes: a menudo, y les ayudan a pagar el viaje a la red. Ayudas recibidas: suelen unirse a los llamados maridos del camino, lo que significa protección ante otros a cambio de hacer de esposa. Otras veces son protegidas de sponssors o traficantes con los que adquieren deudas que deben pagar al llegar a Europa. Medios para buscarse la vida: mendigar o prostituirse. Si son refugiadas o han pedido asilo; si han sido expulsadas o deportadas, por dónde cruzaron y cómo a España... Si tienen o han tenido parejas, hijos, métodos anticonceptivos, abortos... Y si han sufrido violencia o abusos: la mayoría dice que sí, donde más, en Argelia y por policías. Lo que estas mujeres cuentan e incluye el informe en el apartado Salud sexual y reproductiva no tiene resumen posible. Bastan ejemplos:
-"No sé cuantas veces he abortado, me dan cosas para perder el bebé y me drogo para soportar el dolor".
-"Te pones condones algunas veces, cuando los hombres quieren y cuando te los dan las organizaciones".
-"En Marruecos, abortar no es nada fácil, con lo cual recurres al Cytotek (un abortivo), y muchas no saben el riesgo que supone para la vida si no lo haces a tiempo, y lo toman muchísimo, sobre todo las nigerianas, que son obligadas por sus patrones porque ellas no deciden".
-"He sido violada en la frontera argelina tres veces: por marroquíes y nigerianos".
-"En la comisaría de Nador ofrecí acostarme con un militar para que no me expulsase a la frontera con Argelia. Estaba en una celda pequeñita y el militar me dijo que me duchase delante de él, y lo hice y se bajó el pantalón y me folló delante de mi bebé. Después llamó a sus compañeros y lo hicieron todos, todos".
Y así sucesivamente. "Las conclusiones del informe sobre estas mujeres se resumen en una: violaciones y violaciones de todo lo violable", dicen en Women's Link.
Ahora, el campo y los suburbios urbanos marroquíes son parada final para muchas. Y lo que aquí sucede lo advierten muchas ONG desde hace años. "En un país de tránsito, la integración no es posible de momento", explican en CF. Lo dicen otras como SOS Racismo, Médicos del Mundo, o las marroquíes como la antirracista Gadem (impresionante su informe de junio 2007 titulado La cacería del inmigrante en las fronteras del sur de Europa), la sanitaria Asociación de lucha contra el sida (ALCS) o AFVIC. O hasta del Departamento de Estado norteamericano, en su informe anual Traficking in person 2008. "El Gobierno de Marruecos no asiste a los inmigrantes y refugiados". No hay intención política clara, no se respetan derechos humanos básicos ni acuerdos internacionales, a pesar de tener firmada la Convención de Ginebra, que obliga a no poner en peligro la integridad de una persona e impide expulsar a los refugiados. Y el país carece de condiciones sanitarias, educativas u organización de acogida; no posee legislación adecuada porque anda luchando con su propia pobreza.
Por las calles de cualquier lugar de Marruecos que no sea turístico se aprecia: éste no es lugar de destino, como no lo era la España de los sesenta. Con FOO visitamos una de sus sedes educativas en el barrio de Sidi Moumen, en Casablanca. Allí se encuentra el más pequeño de los llamados bidonville, barrios de chabolas: un absoluto vertedero habitado por 20.000 personas y otros tantos animales. "Zonas tan degradadas que están ya bajo un gran proyecto de desarrollo nacional y cuentan con el apoyo personal hasta del Rey", dicen los de FOO.
MSF calcula en 5.500 los subsaharianos (otros en 7.000, muchos escondidos), entre Rabat , Casablanca y Tánger. "Es población móvil, pero el número es estable entre salidas y llegadas; y cada vez hay más mujeres y más jóvenes". En Tánger, por ejemplo, han llegado grupos de adolescentes nigerianas en los últimos días. "La mayoría, preñadas", nos dicen allí. Pero los inmigrantes en estas ciudades empiezan a ser vistos por la población, asegura Martín. "Existen. Porque antes de 2001 ni existían". MSF atiende aquí a los subsaharianos desde 2003 en cuatro ejes: salud sexual y reproductiva, epidemias como sida o tuberculosis, violencia y asistencia de urgencia. "Y no todos entienden nuestra dedicación. He aquí razones: los inmigrantes son más vulnerables, están desasistidos, en situación administrativa irregular, más expuestos, sin redes sociales de protección. Los nacionales de un país cuentan con un Estado, una red social, una familia; ellos no; ellos, sólo las ONG".
Insiste Martín en que no intentan de ningún modo sustituir al ministerio de salud en su tarea. De hecho, sin él, nada es posible: "Queremos ayudar; buscar acuerdos con centros de salud primaria que permitan la asistencia directa al inmigrante, sin que éste deba acudir acompañado de un miembro de ONG para ser atendido. Trabajar en red es bueno para todos. Y hay muchos médicos ya en disposición de colaborar, esto también ha mejorado. Hay buena voluntad, falta sensibilización y legislación". Es más: "El fenómeno no va a desaparecer, ni siquiera con la crisis económica en el mundo desarrollado. Los africanos seguirán acercándose a Europa vía Marruecos o Libia, por donde sea. Y la política que practica España de contención de fronteras tiene consecuencias terribles: la peor es que reduce la dignidad de estas personas al cero absoluto".
A Jackie, en Rabat, se le ve superada con sus dos criaturas; día y noche encerradas en un cuarto donde apiñan sus pocas pertenencias. "Muchos menores en esta situación acaban desapareciendo; no los pueden atender, los dan, los venden. Hubo un tiempo en que la Guardia Civil era más permisiva en la frontera si ibas con niño en brazos, así que muchas se los dejaban a pasadores para que acabaran en el sistema de acogida en España". CF se ocupa de 15 de estas mujeres, solas, con hijos, abandonadas ya por la red y con riesgo de estigmatización por "ser mujer y estar sola": "Aquí significa ser prostituta". A Jackie la encontraron los de CF mendigando con sus hijas en el mercado. "La asistimos para pagar la casa; tener un techo es fundamental para alejarlas de la calle y de la trata, pero encontrarlo es complicado, nadie quiere firmar nada. Intentamos escolarizar a los niños, sólo es posible en centros privados. La vida social es fundamental para ellos".
Al contrario que otras, Jackie asegura, y se ve, tener una relación cordial con la familia marroquí que le alquila la casa: la ayudan con la comida. La ropa de las niñas, hoy vestidas de domingo, con abrigos estilo británico total, se la regalan en la iglesia evangelista del pastor David Brown, un nombre que repiten mucho las subsaharianas en Rabat y Casablanca. Igual que repiten el de Cáritas, el de MSF, el de las franciscanas de Casablanca ("Después de las deportaciones al desierto en 2005, volvimos la vista y allí estaban estas mujeres completamente perdidas a su suerte, decidimos asistirlas", dicen), o el de Paula (de las hermanas de Calcuta): "Viene de vez en cuando y hace lo que puede". Sin militantes, religiosas y ONG, muchos africanos enloquecerían. Ellas lo llaman "perder la cobertura". "Salen de sus países más o menos bien y se deterioran en el camino, física y psicológicamente". Y sucede mucho.
Awa K., 25 años, dos hijos (Ismael, de tres años; Beyoncé, de uno), nacidos en un hospital, pero sin que conste: venir al mundo en este territorio no significa nada, ni da ningún derecho si no puedes pagar el certificado de nacimiento. "Tienes suerte si te lo consigue una ONG, pues, por ejemplo, vacunarles no es posible sin él". Awa, delgadísima, vestida con vaqueros y camiseta interior de encajes, juega con sus retoños, ajenos a todo, y cuenta que vive desde hace un lustro aquí y su situación es desoladora: pide por las calles, coge lo que encuentra, busca quien le dé algo por lo que quiera que sea que ella tenga u ofrezca. Su mirada es acerada, tremenda, herida. "El padre de las niñas nos abandonó". Su habitación no está ordenada ni limpia como la de Jackie, no hay nada, ni ropa, ni comida, ni siquiera la eterna televisión que distrae, que yace a piezas en el suelo. En el cuarto de al lado dormitan los gatos entre restos de comida putrefacta y trastos. No quiere hablar de su pasado, sólo mirar adelante: "Algún día podré salir de aquí, es igual que me digas que al otro lado quizá no sea fácil. Nada puede ser peor que lo ya vivido".
Quizá por eso, los que consiguen dinero intentan una y otra vez cruzar a España. Y las noticias del otro lado gotean en éste: pateras que llegan con muertos, saltos a las vallas, ahogados, disparados, redadas, controles, deportaciones... Historias cotidianas en las que participan o lo harán muchas como Ekra, Awa, Jackie, Rachel, sus hijos o amigos. "Al menos 28 personas han muerto en las costas de Alhucemas al intentar llegar hasta España. Según los supervivientes, el accidente se debió a una intervención violenta de la marina marroquí... En ella viajaban mujeres embarazadas, cuatro bebés, refugiados y demandantes de asilo, todos subsaharianos... Los cuatro bebés murieron en el agua".
Era abril de 2008. Uno de los pequeños era Feber, cinco años; niña nacida por amor. Se ahogó delante de su padre y agarrada a su madre, Precious, nigeriana, que intentó salir de la red de trata. "Fue horroroso. Te paras en Malí y comienza lo que será tu vida en Europa. Te tienes que follar a todos los que quiera el contacto, el connection man, y, claro, no hay preservativos, nada que pueda protegerte, sólo enfermedades", contaba.
Ella fue una de las 130 mujeres participantes en este estudio.
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