viernes, 13 de febrero de 2009
Discriminación basada en el género
La discriminación social de la mujer constituye un hecho históricamente fundado en la construcción de la supremacía masculina. Luego de siglos de permanencia en la oscuridad y la pasividad, la voz de la mujer moderna comienza a tener eco y avanza – aunque con un sinfín de obstáculos- hacia la equidad de género.
Diferencias entre sexo y género.
La diferenciación mujer/hombre -entendida como seres biológicamente distintos en función de determinadas características corporales- se completa en la actualidad con la idea de construcción social del género, ya que la distinción anatómica no es suficiente para justificar los roles establecidos del macho y la hembra en la sociedad, sino que éstos responden a una conjunción de factores biológicos, psíquicos y socioculturales. La moderna noción de género incluye la cultura que construye y determina lo propio para cada sexo, en donde lo simbólico crea las condiciones para la internalización de estas prácticas. Así ha cambiado en la posmodernidad el eje de discusión sobre las desigualdades entre los sexos, que ya no se funda en la arraigada naturaleza superior del hombre, sino que deja al descubierto la existencia de un discurso jerárquico construido por hombres a lo largo de los siglos.
Debilidades y fortalezas.
Desde la antigüedad y hasta nuestros días encontramos una historia en la que el hombre se constituye como ser fuerte, racional, inteligente, dominante, en oposición a la mujer débil, sentimental, ignorante, dominada, etc. La cultura occidental moldea estas ideas e impone el orden social masculino, que no requiere justificación sino que se naturaliza; en su subjetividad la mujer se percibe a sí misma y es reconocida en tanto ser dependiente de un hombre superior. La mujer inferior no puede ocupar otro lugar en la sociedad que un lugar marginal; el poder, la riqueza, el conocimiento y el éxito son algunas de las cuestiones destinadas a los hombres.
A partir de la modernidad surge un nuevo discurso acorde con las necesidades de la sociedad industrial; la idea de maternidad y familia, lugar en el cual la mujer va a ocupar su lugar socialmente impuesto, como madre casta, sin deseo sexual ni mayores aspiraciones personales que la vida en el hogar. Este nuevo imaginario sobre los roles sólo se reproduce parcialmente en las clases más altas, ya que en la clase trabajadora las mujeres y los niños son explotados por el sistema capitalista durante largas jornadas laborales. El avance la medicina en los últimos siglos (desde donde nos llega también el discurso moral sobre el deber ser femenino) y la disminución de la mortalidad infantil sirven para reforzar el mito mujer=madre dedicada a la crianza de sus hijos.
Mujer- Cosa.
Es a partir de este discurso intencional instalado casi desde el comienzo mismo de nuestra historia que la mujer ha sido sometida y ubicada en el lugar preparado especialmente para ella. Desde este lugar inferior la mujer ha cumplido diferentes funciones: la mujer madre, o esposa, o amante o esclava al servicio de un hombre que no la requiere sino como una “cosa” destinada a satisfacer sus necesidades. La sociedad ha internalizado esta relación asimétrica, y el discurso es legitimado tanto por hombres como por mujeres, que sin una reflexión crítica de la situación, ven a través de los cristales de la dominación el ejercicio de estos roles.
Violencia invisible.
Al hablar de discriminación, es ineludible considerar la gravedad de los diversos – y permanentes- actos de violencia hacia las mujeres en todo el mundo. El concepto Violencia de Género se refiere a todas las formas mediante las cuales se intenta perpetuar el sistema de jerarquías impuesto por la cultura patriarcal: se trata de una violencia estructural que se dirige hacia las mujeres con el objeto de mantener o incrementar su subordinación al género masculino hegemónico. La violencia de género adopta formas muy variadas, tanto en el ámbito de lo público, como en los contextos privados. Ejemplos de ella son, entre otras, todas las formas de discriminación hacia la mujer en distintos niveles (político, institucional, laboral), el acoso sexual, la violación, el tráfico de mujeres para prostitución, la utilización del cuerpo femenino como objeto de consumo, la segregación basada en ideas religiosas y, por supuesto, todas las formas de maltrato físico, psicológico, social, sexual que sufren las mujeres en cualquier contexto, y que ocasionan una escala de daños que pueden culminar en la muerte1.
El reclamo de la toma de medidas tendientes a suprimir el maltrato físico y psicológico de las niñas y mujeres debe ser prioridad en las agendas de los gobiernos, pero para ello es necesario que la toda la sociedad se involucre en este tema, comprendiendo que no es una cuestión “de otros”: si observamos a nuestro alrededor, cotidianamente vemos situaciones de degradación de las mujeres (en la calle, en el trabajo, en las familias, en los medios) en las cuales directa o indirectamente podemos intervenir, hablando con las víctimas o contactándolas con instituciones dedicadas a la prevención y acción sobre la violencia de género.
Rompiendo moldes
Con un contexto adverso, se ha producido sin embargo un avance de la inserción y participación de la mujer en distintos ámbitos, que es lento pero sostenido. Muchos organismos públicos y privados se dedican a trabajar por la igualdad de oportunidades entre los géneros, lo que remite a la idea de justicia en el tratamiento tanto para varones como para mujeres. A pesar de estos esfuerzos (leyes, convenciones, trabajo en derechos humanos), no basta una reivindicación “desde arriba” para lograr esta igualdad: se hace necesaria la participación de los individuos en este proceso, ya que lo que se intenta modificar son pautas culturales arraigadas, que implican valores, y que pueden ser revertidas solo a través de la toma de conciencia gradual de esta situación de inequidad.
Participación real para garantizar la equidad de género.
Las posibilidades en relación a la equidad de género son mucho más promisorias a la luz de los resultados obtenidos en las últimas décadas que los siglos que nos preceden. En esta posmodernidad que vivimos, la celeridad de los cambios económicos, políticos y culturales pueden abrir esperanzas de un cambio en la situación de las mujeres que, aún con las reivindicaciones logradas, continuamos inmersas en este sistema de dominación y exclusión permanente. Para ello, serán necesarias políticas firmes de intervención que logren disminuir la discriminación, la explotación y la violencia de miles de mujeres sometidas a la opresión de un sistema perverso que se alimenta de ellas. Pero estas políticas sólo pueden surgir de las demandas sociales, y es en este punto donde debemos actuar con responsabilidad participando, mujeres y hombres, para lograr la igualdad de los sexos.
Paula Basaldúa.
Argentina
Imagen de: BLASBERG
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Muy interesante el tema, me parece un gran aporte para una problemática muy poco concientizada y difundida a mi forma de ver. Cecilia.
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