jueves, 5 de agosto de 2010

La moda barata para algunas tiene alto costo para otras

CLARIN - 18/07/10 - 02:06
Mujeres sin derechos. Grandes cadenas de tiendas bajan precios explotando a sus trabajadoras.
Por NAOMI WOLF, ENSAYISTA Y ACTIVISTA NORTEAMERICANA
Como la mayoría de las mujeres occidentales, lo hago con regularidad y me resulta un placer culpable. Me refiero a la moda barata.

La moda se transformó como consecuencia de la aparición de las cadenas minoristas que contratan buenos diseñadores para hacer ropa y accesorios ultrabaratos y muy modernos. Esa evolución liberó a las mujeres occidentales de la tiranía de una industria de la moda que dictaba un estilo, obligaba a las mujeres a hacer una fuerte inversión en la actualización de su guardarropa, y luego, con total desparpajo, declaraba obsoletos sus armarios.

Basta con entrar al emporio de la moda de producción masiva y las mujeres occidentales tienen la opción aparentemente deliciosa y liberadora de conseguir el infaltable vestido de este verano con estampado floral retro de los años 80 -que para el próximo verano parecerá horriblemente viejo- por doce dólares. Pueden -podemos- invertir en cosas clásicas que no envejecen tan rápido y absorber esos artículos descartables y de bajo costo según las ganas del momento.

Esos negocios también nos resuelven un problema psicológico, dado que se puede comprar mucho -un placer que bien puede estar grabado en el cerebro femenino debido a nuestro desarrollo evolutivo como recolectoras- sin sentirse mal por haber gastado de más al final de la excursión.

Pero lo que ha sido liberador para las mujeres occidentales es un sistema que literalmente se construyó sobre las espaldas de las mujeres en el mundo en vías de desarrollo. ¿Cómo hacen las grandes tiendas para mantener tan bajo el precio de ese lindo vestido? Hambreando y oprimiendo a las bengalesas, las chinas, las mexicanas, las haitianas ...

Todos sabemos que la ropa barata suele fabricarse en condiciones de explotación, y por lo general con mano de obra femenina. También sabemos que las explotadas declaran que las encierran y les prohíben ir al baño durante largos períodos, así como también hablan de hostigamiento sexual y de violenta represión de todo tipo de agremiación.

Sin embargo, las mujeres occidentales miramos para otro lado. El boicot en los Estados Unidos a las remeras universitarias procedentes de ese tipo de talleres se tradujo en prácticas fabriles más justas, y el boicot al café y a alimentos que en su mayor parte lideraron las consumidoras derivó en compras comerciales justas por parte de los grandes supermercados. Las mujeres más prósperas tienen una historia de boicots efectivos al trabajo esclavo: en la época victoriana, las mujeres pobres se quedaban ciegas en los talleres de costura creando elaborados bordados para mujeres ricas, hasta que el rechazo por parte de esas consumidoras impuso mejores condiciones de trabajo.

Hoy, en cambio, no hay ningún movimiento importante liderado por mujeres del mundo desarrollado para poner fin a esa explotación global por parte de fabricantes de artículos baratos, por más que nuestro dinero es la única herramienta que tiene la fuerza suficiente para obligarlos a cambiar. Nos va a resultar cada vez más difícil mantener esa actitud de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Copyright Clarín y Project Syndicate, 2010. Traducción de Joaquín Ibarburu.

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